
Han pasado 12 años y 332 iniciativas
para reformar la Ley Federal del Trabajo se han presentado en
el Congreso de la Unión. Nada se ha dictaminado. Y mientras
tanto, nuestro país pierde espacios en el índice
global de competitividad (lugar número 60 de 133 naciones),
según el Foro Económico Mundial. El pilar de la
Eficiencia del Mercado Laboral es el peor de los 12 que componen
ese índice al ubicarnos en la posición número
115.
La ley vigente entró en vigor el 1 de
mayo de 1970, siendo presidente de México Gustavo Díaz
Ordaz. Era entonces un país muy distinto al que hoy tenemos.
No había tratados de libre comercio; la población
económicamente activa no llegaba a 14 millones de personas;
la palabra competitividad ni siquiera se conocía; había
un solo partido político que dominaba la escena y se
confundía la estabilidad en el trabajo, la solidez y
alianza de las centrales obreras con la desconfianza hacia el
sector empresarial en una ley más tutelar que promotora.
El diagnóstico habla hoy de la urgente
necesidad de cambiar las cosas en el mercado laboral: tasa de
desocupación para los jóvenes del doble de la
general en razón de caer en el círculo vicioso
de no ser contratados por falta de experiencia, y no adquirir
esa experiencia exigida por falta de oportunidades que no se
ofrecen por la incertidumbre que representa una contratación
a ciegas acompañada de un pasivo laboral que puede crecer
artificialmente mediante juicios prolongados; creación
de empleos por debajo de las necesidades anuales del mercado;
salario promedio de 7 mil 210 pesos mensuales; 54% de los ocupados
en el país, sin seguridad social ni prestaciones; fuerza
laboral de las mujeres de apenas 38% y salario promedio inferior
en un 10% respecto del de los hombres por trabajo igual; más
de un millón de niños trabajando por debajo de
la edad mínima que establece la Constitución;
escasa cultura de la productividad laboral; bono demográfico
a punto de entrar en etapa decreciente; discriminación
y maltrato hacia grupos vulnerables; jornaleros agrícolas
en condiciones precarias; mecanismos de tercerización
que se prestan para la simulación; rezago alarmante en
justicia laboral; opacidad en la vida interna de los sindicatos
y escasa libertad, información y derechos plenos para
los trabajadores; abuso en el ejercicio de huelgas en detrimento
de las mayorías y, en fin, multas ridículas que
sólo propician el incumplimiento de la ley.
Por eso es que, acertadamente, las fracciones
parlamentarias de mi partido, el Partido Acción Nacional,
presentaron una iniciativa que busca una reforma integral a
la Ley Federal del Trabajo, a partir de 419 cambios a un texto
de más de mil artículos. Se trata de una propuesta
para lograr la reforma necesaria y no sólo la posible.
Para ello, se tomó en cuenta a las 332 iniciativas anteriores
y se recogió, generosamente, el análisis y planteamientos
de la dependencia a mi cargo. Por cierto, del total de esas
332 iniciativas previas, el PRI contribuyó con 97, el
PAN con 87 y, el PRD, con 76 más.
Falso es el precipitado y desinformado argumento
de que con la reforma laboral se retrocede en los derechos y
conquistas de los trabajadores. Como punto de partida, el artículo
123 constitucional quedaría intacto. Este contiene las
condiciones generales de trabajo, de previsión social
y los derechos fundamentales, individuales y colectivos, que
mínimamente se deben ofrecer al trabajador en nuestro
país.
Lo que en realidad busca la reforma laboral
es facilitar el acceso al mercado formal de trabajo con nuevas
modalidades de ingreso como lo son el contrato a prueba, con
capacitación inicial o de temporada (todas las cuales
se darían con goce de salario, prestaciones y seguridad
social); aumentar la productividad en el trabajo a partir de
la capacitación, la multihabilidad y fórmulas
equitativas de distribución para mejorar el salario de
los trabajadores; facilitar el acceso y precisar el respeto
a grupos vulnerables en el empleo; dar igualdad de derechos
a las mujeres respecto de los hombres y facilitar su responsabilidad
familiar con un trato digno en el trabajo; tipificar como delito
la explotación infantil; acabar con huelgas eternas y
con juicios artificialmente prolongados; permitir que todos
los trabajadores gocen del crédito Fonacot y no sólo
cuando el patrón se afilie al sistema; asegurar que los
trabajadores decidan por voto secreto sobre la titularidad de
sus contratos colectivos y la elección de su directiva;
no obligar a los patrones a retener las cuotas sindicales; eliminar
la inmoral cláusula de exclusión por separación;
publicar los contratos colectivos y los registros sindicales
en internet; modernizar el sistema de impartición de
justicia laboral; fortalecer la inspección en el trabajo;
aumentar sensiblemente el monto de sanciones por incumplimiento
a la ley y, en general, corregir las contradicciones, deficiencias
e insuficiencias de la legislación vigente.
Con la reforma laboral, como está planteada,
nuestro país avanzaría entre 20 y 25 lugares en
el índice mundial de eficiencia en el mercado laboral,
según el análisis conjunto del Banco de México,
Instituto Mexicano para la Competitividad, Organización
para la Cooperación y el Desarrollo Económico
y la Organización Internacional del Trabajo, en coordinación
con el gobierno federal.
Como toda iniciativa, la nuestra es susceptible
de ser enriquecida, adicionada o modificada durante su análisis,
discusión y dictaminación. Lo que no se vale,
porque el país no lo merece, es negarse a la posibilidad
y al deber de transformar a México con las reformas estructurales
que, como la laboral, buscan dar oportunidades de desarrollo
y bienestar a la gente, particularmente a los jóvenes,
a las mujeres y a los grupos vulnerables.