
Agradezco
la invitación que me fue formulada por el H. Congreso de
la Unión para participar en este Foro. Saludo con respeto
institucional y con afecto personal a las señoras y señores
Senadores y Diputados aquí presentes y a quienes me acompañan
en este panel.
Parto
de la base de que la coyuntura económica actual constituye
una oportunidad formidable para que los mexicanos encontremos, en
la unidad, soluciones a nuestros problemas comunes. No la desaprovechemos.
Hoy
debemos distinguir, en la atención de esos problemas comunes,
dos momentos y estrategias diferentes: uno, el de la crisis mundial
y su secuela sobre México; y, dos, el del futuro próximo
en el que debemos retomar la senda del crecimiento económico
y la generación de empleos sobre bases mucho más sólidas
y sustentables.
No
obstante que estamos frente a la peor crisis financiera y económica
que el mundo ha experimentado en décadas, en México
hoy lidiamos con la coyuntura a través de medidas contracíclicas
y no replegándonos. Esto es posible gracias al espacio presupuestal
que nos dan más de 13 años de disciplina fiscal y
de fortalecimiento institucional y el compromiso de esta Legislatura
que ha sabido estar a la altura de las circunstancias.
En
virtud de ello, el pasado 7 de enero se suscribió el “Acuerdo
Nacional en Favor de la Economía Familiar y el Empleo”,
con la participación del Poder Legislativo Federal, los Ejecutivos
Estatales, los sectores productivos y, desde luego, del Ejecutivo
Federal.
De
los 25 puntos comprometidos por el Presidente Felipe Calderón,
los cinco primeros están particularmente vinculados con el
empleo: ya para ayudar a quienes están desocupados; ya para
conservar el trabajo de aquellos que estén en riesgo de perderlo,
ya para mitigar la situación de quienes, desafortunadamente,
pierdan su trabajo este año.
Informo
a ustedes, en ese contexto, que el Servicio Nacional de Empleo,
coordinado por la Secretaría del Trabajo y Previsión
Social, opera a su máxima capacidad, desde el momento mismo
del anuncio de estas medidas contracíclicas, las 24 horas
del día y todo el año, ya sea a través de sus
más de 160 oficinas en todo el país, en su centro
de atención telefónica y, desde luego, por internet.
Este
año, con casi los mismos recursos del año anterior
(1,298 millones de pesos), pero con nuevos programas, atenderemos
a cuando menos tres millones 700 mil personas y estaremos en posibilidad
de preservar en el empleo, apoyar con capacitación o bien
colocar en un puesto de trabajo, a un mínimo de 700 mil beneficiarios.
Toda
vez que estimamos que durante los primeros seis meses del año
se enfrentará la parte más difícil en cuanto
a crecimiento y empleo se refiere, nos hemos comprometido a ejercer
las dos terceras partes del presupuesto del Servicio Nacional de
Empleo en el primer semestre de 2009.
Asimismo,
con cerca de dos mil 200 millones de pesos, a través del
Programa de Empleo Temporal, en sus Reglas de Operación,
fueron incorporadas novedosas fórmulas de alivio para la
desocupación laboral en las grandes zonas urbanas. A través
de este programa, que será operado por Sedesol, Semarnat
y la SCT, 250 mil personas encontrarán una alternativa de
ocupación e ingreso temporal.
De
otra parte, con el Programa de Preservación del Empleo -que
administra la Secretaría de Economía y que cuenta
con dos mil millones de pesos- evitaremos la pérdida masiva
de empleos y atenuaremos la reducción del ingreso de casi
medio millón de trabajadores mediante el esquema de los llamados
Paros Técnicos.
Que
no les quede la menor duda: el Gobierno del Presidente Calderón
echará mano de todos los recursos disponibles a su alcance
y tomará todas las decisiones que sean necesarias para enfrentar
esta crisis y amortiguar su impacto negativo sobre nuestra economía,
el trabajo y el ingreso de las familias mexicanas.
Y
aquí también hay que destacar los compromisos asumidos
por los sectores productivos, plasmados en el Acuerdo Nacional del
pasado 7 de enero, en el sentido de mantener al límite de
las capacidades la operación de la planta productiva; que
el despido de personal sea el último recurso por el que opten
los empresarios; que la huelga sea la última instancia para
obtener mejores condiciones laborales, y que las revisiones salariales
y contractuales se lleven a cabo con realismo y responsabilidad
entre las partes.
Destaca
también el compromiso de privilegiar el Diálogo Social
como el espacio común para negociar y acordar por encima
de naturales diferencias e intereses. Todos debemos revalorar la
importancia del tripartismo en las instituciones del Estado Mexicano
en materia de seguridad y previsión social, y de impartición
de justicia laboral. Ese diálogo social entre los factores
de la producción y la autoridad ha permitido que se alcancen
convenciones tan oportunas como el Acuerdo Nacional para la Productividad
Laboral o el Acuerdo para la Seguridad en los Centros de Trabajo.
De nuestra parte, las puertas de ese diálogo social se mantendrán
permanentemente abiertas.
Así,
en la coyuntura se ha respondido con oportunidad y con seriedad.
No demeritemos el esfuerzo que gobiernos, legisladores y sociedad
hemos puesto en marcha, y que dicho sea de paso, ha merecido el
reconocimiento de organismos internacionales tan relevantes como
la Organización Internacional del Trabajo, la Organización
para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, y
el Banco Interamericano de Desarrollo, por citar sólo algunos.

Sin
embargo, no perdamos de vista que estas medidas son meramente compensatorias
y de contención. Ciertamente, se trata de medidas oportunas
y orientadas en el sentido correcto, pero por sí solas no
son suficientes para revertir la crisis ni, mucho menos, para generar
los 800 mil empleos que, anualmente, demandan los mexicanos.
En
medio de esta crisis, no debemos conformarnos con ver que en otros
países la tasa de desocupación es mayor, o que en
los Estados Unidos se pierden más empleos que en México.
Mal de muchos, consuelo de pocos, por decirlo suave.
Se
trata, sí, de una crisis que nos viene de fuera y que no
provocamos los mexicanos. Pero aquí lo importante es que
tenemos más fortalezas hoy para enfrentarla que en otros
tiempos y que se trata, finalmente, de un fenómeno estrictamente
pasajero. Así pues, ni pasmo ni desánimo para superar
la contingencia. En esta crisis, preservemos juntos tres grandes
valores: el empleo, el poder adquisitivo de los trabajadores y la
paz laboral.
Con
todo, el reto de fondo y de largo plazo sigue siendo el mismo: “¿qué
hacer para crecer?”. Si nos concentramos sólo en la
crisis no estaremos debidamente preparados para volver a despegar
ni para atraer nuevas inversiones. No perdamos de vista, pues, el
mediano y largo plazos.
A
estas alturas, debemos ya tener claro que los empleos los genera
la economía, y que a los gobiernos les corresponde crear
las condiciones propicias para la inversión segura y rentable
en el tiempo. Los empleos no se crean por decreto ni por la mera
aspiración o la sola necesidad de tenerlos.
Impulsemos
juntos el Programa Nacional de Infraestructura, la Agenda de Competitividad,
las Reformas Estructurales pendientes, y removamos todas las barreras
artificiales a la inversión y la competencia económica
que inhiben la inyección de capital y afectan al trabajador
y al consumidor. Estas medidas, aplicadas en tiempo y forma, nos
permitirán crecer más y mejor. Sólo tendremos
los empleos que demandan los mexicanos si hay crecimiento económico;
y sólo habrá crecimiento económico si hay inversiones
crecientes; y para atraer esos capitales necesitamos ser más
competitivos. En síntesis, debemos ser más atractivos
a la inversión que otros países en el mundo.
No
debemos conformarnos con seguir creando empleos precarios y al margen
de la formalidad. En pleno siglo XXI y después de tantos
sacrificios, luchas y conquistas, lo menos a lo que debemos aspirar
es a que todo empleo sea, a su vez, expresión indubitable
del Trabajo Decente.
Desafortunadamente,
México está lejos de tener el número y la calidad
de empleos que necesita. Lo digo con absoluto sentido de responsabilidad
y con el ánimo de que, de un diagnóstico certero y
honesto, podamos construir las vías de solución que
vuelvan a poner al trabajador, a la persona, al empleo, en el centro
de nuestras decisiones y de nuestras políticas públicas.
Esa es, claramente, la vocación del Gobierno del Presidente
Calderón: que sea el empleo el medio idóneo para el
despliegue pleno de las capacidades, esfuerzo y talento de las personas
y, también, la puerta más segura para salir de la
marginación y la pobreza.
Soy
el primero en reconocer que lo que tenemos en el sector laboral
del país no es suficiente ni satisfactorio:
•
El año pasado perdimos más de 37 mil empleos netos,
acentuado esto en el último trimestre y concentrado, desafortunadamente,
en estados que históricamente han sido el motor de nuestra
economía y en el sector manufacturero, particularmente en
el de la exportación. Este año, desafortunadamente,
no inició mejor.
•
Si bien la tasa de desocupación que tenemos es reducida (4.32%
a diciembre de 2008), ésta nos muestra apenas una parte de
la realidad sobre la calidad de nuestros empleos pues no refleja,
cabalmente, el drama que enfrentan a diario miles de familias que
sobreviven en el subempleo y la precariedad de su ocupación.
Ese dato frío de la desocupación en México
implica, entre otras cosas, que muchos no pueden darse el lujo de
estar un solo día sin trabajo ante su incapacidad de ahorro
y ante la ausencia de un auténtico seguro de desempleo.
•
No es justo conformarnos con un salario promedio de 222 pesos diarios;
ni ignorar que la informalidad en la economía abarca, conservadoramente,
a más de una cuarta parte de la población ocupada.
•
El Salario Mínimo, desde hace décadas, ha dejado de
ser un verdadero ingreso remunerador, para convertirse, más
bien, en una simple referencia indexatoria.
•
Prueba de nuestras insuficiencias es que sólo el 66% de la
población ocupada es asalariada, mientras que en promedio
los países de la OCDE incorporan al 88% en esta condición.
•
Actualmente, los jóvenes reportan tasas de desempleo del
doble que el promedio de la población (8.23% vs 4.19% al
III Trimestre de 2008). Nuestra vinculación entre educación
superior y el mercado laboral está lejos de ser la que necesitamos,
y hemos entrampado a nuestros egresados en un círculo vicioso
en el que no se les contrata por falta de experiencia, pero les
es imposible tenerla sin oportunidades de empleo para desarrollarla.

•
Resulta inaceptable ver que los niños y jóvenes abandonan
las aulas para incorporarse, por su propio estado de necesidad,
a la actividad productiva en las ciudades y en el campo. Según
el Módulo de Trabajo Infantil que recientemente revelamos
junto con el INEGI, hoy más de tres millones 600 mil niños
de entre cinco y 17 años trabajan en México; y de
éstos un millón 100 mil de ellos son menores de 14
años.
•
No podemos presumir de un trato igualitario mientras persiste la
discriminación por razón de género, raza y
edad, o bien por ser portador del VIH/SIDA. También se da
por discapacidad, preferencia sexual, religiosa o ideológica.
Es lamentable que los grupos vulnerables no tengan el mismo acceso
e inclusión laboral que los demás y, peor aun, que
nuestra legislación laboral lo tolere.
•
Y no podemos presumir, en fin, de una renovada cultura laboral en
tanto la capacitación, la productividad en las relaciones
laborales, la seguridad y la higiene en el trabajo se sigan viendo
como una pesada carga para empleadores y trabajadores, y no como
una inversión productiva y un deber legal y ético
de todos.
México
ocupa en el índice general de competitividad del Foro Económico
Mundial el lugar número 60 de 134 países. Si nos vamos
al tema de flexibilidad laboral, estamos en el sitio número
99, por abajo de Colombia, Costa Rica, El Salvador, Honduras y Nicaragua.
Y cuando revisamos sólo el rubro de eficiencia en el mercado
laboral, caemos hasta el lugar número 110.
Estoy
convencido de que podemos y debemos ser capaces de ser más
productivos en nuestras relaciones laborales, reforzando la previsión
social y respetando, a la vez, los derechos fundamentales de los
trabajadores. Parte de este esfuerzo compartido está en la
necesidad de realizar una actualización integral del marco
jurídico laboral vigente.
Los
invito a no perder de vista que la actual Ley Federal del Trabajo
data de mayo de 1970, y que gran parte de su contenido nos viene
desde la ley de 1931. Nuestra Ley, que indudablemente encierra conceptos,
instituciones y derechos útiles, apreciables y pertinentes,
nació en un contexto en que México era una economía
cerrada y con un régimen político e institucional
diametralmente distinto al actual. Es una ley que poco incentiva
la generación de empleo, de marcada vocación social
pero sin una orientación clara y explícita hacia la
productividad y la competitividad.
No
cabe duda que la Ley Federal del Trabajo está llena de buenos
propósitos, pero sin instrumentos certeros y adecuados para
llevarlos a la práctica. Es una pieza legislativa que inhibe
la generación del empleo formal en el actual y futuro entorno
competitivo mundial y, paradójicamente, en su obsolescencia,
termina por arrojar a miles hacia la economía informal o
a la emigración.
Estamos
frente a un ordenamiento que si bien consagra por igual a la autonomía
y a la libertad sindical, privilegia la posición de las dirigencias
y relega a un segundo término la voluntad real de las mayorías
y el derecho mismo de libre asociación.
Se
trata de una ley que impone deberes pero no sanciones efectivas
ante su incumplimiento y que, en la práctica, propicia su
inobservancia. Es un ordenamiento que, en sus lagunas y contradicciones,
cobija el fraude a la ley, la simulación y la evasión
mediante la utilización de figuras que ocultan auténticas
relaciones laborales, como en el caso de la tercerización
de servicios. Es un instrumento que si bien privilegia la estabilidad
en el empleo, paradójicamente restringe lo fundamental: el
acceso al trabajo.
Es
la Ley Federal del Trabajo un ordenamiento que cobija la opacidad
y genera incentivos perversos para prolongar indebidamente los juicios
laborales.
Tengamos
en cuenta que en los últimos 39 años la población
de México se duplicó y creció de manera acelerada
en cuanto a la proporción de mexicanos en edad de trabajar.
Como resultado de ello, actualmente existe una intensa presión
de los jóvenes que cada año se incorporan al mercado
laboral. El país necesita con urgencia ofrecerles un puesto
de trabajo, bien remunerado y que les permita generar ingresos y
ahorros suficientes para sostenerse cuando, con el paso de los años,
cumplan la edad de retiro.
México
no puede desaprovechar la oportunidad que brinda el bono demográfico,
consistente en el hecho de contar con una baja proporción
de personas económicamente dependientes respecto de las que
están en edad de trabajar. Esta oportunidad, única
en décadas, se nos está agotando, y es claro que la
ley laboral vigente no responde al desafío.
Así,
acudo a este importante Foro con dos esperanzas: la primera es que
todos los aquí presentes sabremos honrar el compromiso que
asumimos el pasado 7 de enero en el “Acuerdo Nacional en Favor
de la Economía Familiar y el Empleo”, conforme al cual
convenimos, y cito textualmente: “Analizar temas de naturaleza
jurídica en el ámbito laboral para promover la actualización
del marco normativo en la materia con el fin de favorecer la generación
de empleos bien remunerados y con seguridad social, la productividad,
la competitividad de la economía nacional, la previsión
social y la impartición de justicia laboral. Todo ello se
hará con pleno respeto a los derechos individuales y colectivos
consagrados en la Constitución General de la República”
termino la cita.
La
verdad es que no necesitamos esperar la llegada de nuevas iniciativas
para sentarnos a la mesa y discutir la Reforma Laboral. Tiene el
Congreso de la Unión, en sus manos, 264 iniciativas que se
han planteado formalmente en los últimos once años,
ante ambas cámaras legislativas, de distinto corte y profundidad,
y que esperan su turno para ser dictaminadas y votadas.
Y
mi segunda esperanza, no menos importante, es que este Foro de verdad
llegue más allá de la mera integración de un
expediente y sirva para acordar y llevar a buen puerto las prioridades
de la agenda económica y laboral, no sólo con el fin
de enfrentar la presente crisis sino, como su nombre lo indica,
para crecer y crecer bien en un futuro no lejano.
Con
absoluto respeto a los tiempos y prioridades de este Honorable Congreso,
dejo con el coordinador de este panel el documento que contiene
el ejercicio comparativo de las 264 iniciativas existentes al que
me referí en esta intervención, a fin de que sea entregado
a los organizadores de tan importante Foro para los efectos conducentes.
Desde luego, me pongo desde ya a la disposición de las respectivas
comisiones legislativas para profundizar en el contenido del documento
y que incorpora, la posición de la Secretaría del
Trabajo y Previsión Social en la materia.
Como
pocas veces en la historia reciente, se nos presenta la oportunidad
de abordar y concretar una reforma laboral que lleva lustros en
la espera. Y, también, como pocas veces, la historia habrá
de juzgar con puntualidad todo lo que hagamos o dejemos de hacer
por el bien de nuestro país.
Por
su atención, muchas gracias.
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