
Señor
Presidente de la Nonagésima Séptima reunión
de la Conferencia Internacional del Trabajo, Edwin Salamín
Jaén;
Señor
Director General de la Oficina Internacional del Trabajo, Doctor
Juan Somavía;
Colegas
conferencistas;
Señoras
y señores:
La
Memoria presentada por el Doctor Somavía ante esta Conferencia
plantea, con tino, la problemática que el mundo entero enfrenta
ante la combinación de una serie de factores que amenazan
la estabilidad y el desarrollo sustentable de nuestras naciones.
Los
retos de esta nueva realidad llevan implícita la convocatoria
dirigida a todos quienes tenemos bajo nuestra responsabilidad el
diseño y ejecución de políticas públicas
orientadas a la consolidación del Trabajo Decente.
Este
contexto de incertidumbre precisa, también, la participación
comprometida de las organizaciones de trabajadores y empleadores
para que, junto con los gobiernos, fortalezcamos el tripartismo,
el diálogo social e impulsemos la adopción de acciones
para superar la crisis y poder cumplir las metas planteadas en los
Objetivos de Desarrollo del Milenio, en nuestros propios Planes
Nacionales de Desarrollo y sus respectivos programas sectoriales.
Los
precios internacionales de los alimentos y de los hidrocarburos
han experimentado, en los últimos tiempos, incrementos extraordinarios
e inesperados. A ello hay que agregar la prolongada desaceleración
económica de los Estados Unidos y los múltiples efectos
del cambio climático en el planeta. Todo esto constituye
un desafío de grandes proporciones que, juntos –insisto,
juntos- debemos enfrentar con un alto sentido de responsabilidad,
realismo y eficacia.

Hoy,
más que nunca, esta Organización Internacional del
Trabajo tiene mucho que decir y, sobre todo, que hacer. Este conjunto
de situaciones adversas impacta, querámoslo o no, al mercado
laboral. Es válido y necesario insistir en la búsqueda
del Trabajo Decente para todos. Sí, pero primero es indispensable
conservar las fuentes de empleo existentes.
En
las condiciones actuales, válido y legítimo es que
todos nuestros trabajadores y sus familias tengan acceso pleno a
la seguridad y previsión social. Y debemos seguir luchando
por generar un número creciente de empleos en la economía
formal. Sin embargo, con absoluto sentido de la realidad, debemos
hacer todo lo necesario para la preservación de las plazas
de trabajo que tenemos y del poder adquisitivo de la clase trabajadora.
No
podemos ni debemos estancarnos en la coyuntura. Todos esperamos
que la crisis alimentaria y de precios que enfrentamos en el mundo
sea temporal. De ahí que, como verdaderos hombres de Estado,
debemos asumir esta problemática con medidas pertinentes,
oportunas y visionarias pero sin descuidar las metas de largo plazo.
En
congruencia con lo anterior, el Presidente de México, Felipe
Calderón, puso en práctica, en días pasados,
un paquete de acciones tendientes al aseguramiento del abasto a
precios competitivos de los principales insumos y productos de la
dieta básica de la población. Hizo lo mismo para apoyar
a nuestros productores del campo. Y anunció nuevos subsidios
monetarios para las familias que acusan una lamentable situación
de pobreza alimentaria.

Hoy,
más que nunca, debemos articular acciones eficientes que
vinculen nuestras políticas económicas con las del
desarrollo social. El mercado no puede llegar a todas partes. Debemos
reconocer, en consecuencia, que existen profundas diferencias estructurales
que dividen a nuestras sociedades. Los subsidios deben darse mientras
estas diferencias prevalezcan. La justicia social sigue siendo,
indudablemente, una asignatura pendiente y una constante en nuestra
conciencia colectiva.
Con
todo, no caigamos en la tentación de dar marcha atrás
respecto de lo ya avanzado. Hoy las condiciones laborales en el
mundo son mucho mejores que hace unas cuantas décadas. Sorteamos
tiempos difíciles pero no necesariamente estructurales ni,
tampoco, permanentes.
Son
éstos, también, tiempos para refrendar nuestro compromiso
con la defensa y aseguramiento de los derechos colectivos de los
trabajadores. Es época de competencia económica y
de productividad en las relaciones laborales. Atravesamos por una
temporada turbulenta y desafiante. Sin embargo, no es dable pensar
que las crisis se superan a costa de los derechos individuales y
colectivos de los trabajadores. La coyuntura no debe ser pretexto
para el abuso o el menoscabo de los derechos laborales. Pero es
de esperar, también, de parte de las organizaciones del movimiento
obrero en las distintas latitudes, sensibilidad, realismo y compromiso
con sus propias fuentes de empleo y con su entorno. Sus derechos
colectivos deben seguir siendo respetados y garantizados, pero su
ejercicio debe darse, siempre, en el marco de la ley y de las instituciones.
En
tiempos difíciles, la legítima aspiración de
un mayor ingreso para los trabajadores debe darse a partir de la
productividad y no de medidas artificiales como el control generalizado
de precios ó aumentos salariales de emergencia que no estén
correspondidos con la generación de riqueza. Lo que hay que
buscar, empero, es la productividad en las relaciones laborales
para hacer más con menos y premiar el esfuerzo individual
y colectivo en el trabajo.

Reforcemos
actitudes a favor de la capacitación, la seguridad y la higiene
en el trabajo. Dejemos de verlo como una carga pesada para empleadores
y trabajadores y reconozcamos en ello la mejor inversión
para el trabajo productivo.
La
Organización Internacional del Trabajo, a la que todos pertenecemos,
tiene un rol trascendente que jugar. Sus miembros esperamos de la
administración un manejo eficiente y transparente de los
recursos. Esperamos, también, la debida proporcionalidad
entre aportaciones, necesidades y beneficios. Vendrán nuevos
tiempos de cooperación y colaboración. Tiempos de
apoyo e intercambio de información y experiencias para el
bien común.
A
nivel global, es también deseable que se reconsideren las
políticas públicas que buscan producir energéticos
a base del maíz. Ello impacta en los precios internacionales,
genera carestía y distorsiona mercados. Pensemos, mejor,
en el desarrollo de bioenergéticos alternativos que armonizan
un menor uso del suelo, menores emisiones de bióxido de carbono,
menor presión inflacionaria, un uso más eficiente
del suelo y un mucho mayor respeto por el desarrollo humano sustentable.
Si
no ponemos manos a la obra, con altura de miras y sentido de responsabilidad,
las generaciones por venir habrán de cobrarnos la factura.
Podremos ser arquitectos de nuestro destino pero no somos dueños
del planeta.

Debemos
ser capaces de construir esquemas novedosos, audaces y responsables
en los que conciliemos la seguridad alimentaria, el régimen
de libertades, el respeto al medio ambiente, la competencia económica,
la seguridad jurídica para la inversión, y la generación
de empleos bien remunerados en la economía formal. Sigamos
privilegiando la paz laboral a partir de un equilibrio entre los
factores de la producción, basado en la dignidad y el respeto
mutuo.
No
dejemos atrás la legítima aspiración de los
grupos vulnerables por superar la discriminación y exclusión
que hoy les afecta. Seamos intolerantes con las peores formas de
explotación infantil y hagamos del empleo la forma más
digna y eficiente de superar la pobreza e igualar oportunidades
para todos.
México
hoy refrenda, ante todos ustedes, su compromiso con el progreso,
con la solidaridad internacional y con los derechos fundamentales
de los trabajadores.
Cerremos
filas a favor del trabajo decente, de la preservación de
las fuentes de empleo, del poder adquisitivo de los trabajadores,
y de la productividad.

Los
invito a mantenernos unidos, congruentes con los principios de nuestra
Organización Internacional del Trabajo y conscientes de los
difíciles tiempos que enfrentamos. Hay millones de razones
por las cuales esforzarnos y rendir buenas cuentas. La historia
se habrá de escribir con el testimonio de nuestras acciones
u omisiones.
Seamos actores y no espectadores de los nuevos retos globales.
Es
nuestro tiempo. Es nuestro deber.
Por
su atención, muchas gracias.
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