Discursos / Septiembre 2007

 

11 de septiembre


Palabras del Secretario del Trabajo y Previsión Social, Javier Lozano, en la sesión inaugural de la XV Conferencia Interamericana de Ministros deTrabajo

Sr. Fitzgerald Hainds, Ministro de Estado del Ministerio de Seguridad Nacional de Trinidad y Tobago;

Sr. Carl Francis. Secretario Permanente de Trabajo y Desarrollo de Pequeñas y Medianas Empresas de Trinidad y Tobago;

Dr. José Miguel Insulza, Secretario General de la Organización de los Estados Americanos;

Dr. Juan Somavía, Director General de la Organización Internacional del Trabajo;

Colegas ministros del Trabajo de nuestra región;

Señores delegados;

Señores representantes de trabajadores y empleadores;

Señoras y señores:


Es un honor para mí y para el Gobierno de México el poderme dirigir a tan distinguida audiencia, en mi carácter de Presidente pro tempore de la Décima cuarta Conferencia Interamericana de Ministros de Trabajo, de la Organización de los Estados Americanos.

Agradezco la generosidad y hospitalidad del pueblo y gobierno de Trinidad y Tobago, por ser anfitriones de esta nueva reunión de nuestra Conferencia, y traigo para todos ustedes el saludo respetuoso y fraterno del Presidente de México, Felipe Calderón.

Si me lo permiten, más que hacer un recuento de los múltiples seminarios, talleres y cursos realizados a lo largo de los dos últimos años que comprende la Décimacuarta Conferencia, quisiera aprovechar este momento para compartir algunas reflexiones sobre los retos que impone el mundo del trabajo para el desarrollo armónico de nuestros países.

Como ya lo señaló el Dr. Insulza, y también el Director General de la OIT, un diagnóstico somero, con cifras de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (la CEPAL) nos muestra que las economías de América Latina y el Caribe atraviesan por un momento caracterizado por un crecimiento económico promedio del 5.6%, acompañado de superávit comercial y de notable disciplina en las finanzas públicas. El ahorro se fortalece poco a poco y todo esto se da en un entorno global proclive a la expansión del crédito con bajas tasas de interés, y proclive también al creciente intercambio comercial de todo tipo de bienes y servicios.

En nuestro sector, de acuerdo con las cifras de la OIT, observamos que la tasa de desempleo disminuyó de un 9.1% en 2005 a 8.6% en 2006. El empleo formal también ganó espacio respecto del empleo informal mientras que el salario promedio real aumentó un 2% a nivel regional por primera vez desde 1997. Todo lo anterior explica, en parte, la reactivación de la demanda y una mayor inversión en nuestros mercados internos.

Hasta aquí, tenemos una de dos opciones: o nos conformamos y caemos en la autocomplacencia frente a estos indicadores, o hacemos un verdadero análisis introspectivo y revisamos las asignaturas pendientes. Yo me quedo con esta última.

En efecto. Todos lo sabemos, la estabilidad macroeconómica y la disciplina en las finanzas públicas constituyen apenas una condición necesaria pero nunca suficiente para alcanzar las tasas de crecimiento y, sobre todo, de bienestar para nuestra gente.

De nada servirá, pues, conformarnos con estos modestos signos de recuperación económica si no alcanzamos a ver la magnitud de los niveles de pobreza y marginación que prevalece en la mayoría de nuestros países, lo cual se traduce en una enorme y lastimosa desigualdad social.

No podemos tampoco cerrar los ojos y fingir que nada ha pasado, con todo y las cifras estadísticas que sirven para explicar lo que todavía no tiene justificación, y que evidencia la precariedad de una gran parte de los empleos que estamos generando, la imperdonable explotación infantil, la discriminación por género y otras razones, así como la falta de oportunidades que sufren millones de personas en nuestra región. Y a pesar de la recuperación del poder adquisitivo del salario, el ingreso en la mayoría de nuestra gente es todavía insuficiente para alcanzar los niveles de bienestar que tanto anhelan.

Según cifras de la OIT, cinco de cada 10 empleos en los últimos seis años se generaron en la economía informal, con todo lo que ello implica en cuanto a ausencia de seguridad y previsión social se refiere.

Seguimos midiendo el desempleo a partir de encuestas que dejan ver una parte de la realidad y nos permiten perfilar tendencias, pero que no nos muestran la crudeza en la que viven muchos de nuestros connacionales. En pocas palabras, hoy consideramos como empleado a alguien cuyas condiciones laborales nosotros mismos no ostentaríamos para asumirlo como trabajo propio.

La tasa de desocupación sigue siendo una y media veces mayor entre las mujeres que entre los hombres. Y el desempleo entre los jóvenes representa el doble que el del resto de los adultos. Peor aun: la tasa de desocupación es casi tres veces más alta entre los más pobres que entre aquellos que no lo son. Toda esta es información de la OIT.

Muchos de nuestros jóvenes recién egresados del bachillerato o de la educación superior no encuentran espacio en el mercado laboral. O a veces lo hallan en un territorio que le es ajeno y que dista mucho de lo que formación académica y sus propios sueños le auguraban. Hay pues una evidente falta de vinculación entre la educación y el aparato productivo.

Yo celebro que, en esta ocasión, nos acompañen quienes encabezan la Organización de los Estados Americanos (Doctor José Miguel Insulza) y el Director General de la Organización Internacional del Trabajo (Doctor Juan Somavía), ambos chilenos, por cierto, y a quienes les refrendo todo el cariño y respeto de los mexicanos por su país, por su gobierno y por su historia –uno de cuyos principales episodios conmemoramos hoy, después de 34 años- y con quienes nos unen lazos indestructibles, a través de Neruda, Mistral y Arrau entre otros.

Y celebro la presencia de ambos funcionarios y de todos ustedes porque hoy nos congrega, en esta Conferencia Interamericana, la reflexión, la discusión y el compromiso con el Trabajo Decente. Término, por cierto, introducido por primera vez por el propio Doctor Somavía hace apenas unos ocho años.

Pero ¿qué es el Trabajo Decente?

Trabajo decente significa, en primer lugar, respeto a la dignidad humana del trabajador. Es acceso a la seguridad social y a un retiro decoroso. Es recibir un salario remunerador. Es poder contar con capacitación continua para el incremento de la productividad y el mejoramiento del nivel de vida del trabajador y su familia.

Trabajo decente significa, también, condiciones óptimas de seguridad e higiene en los centros de trabajo para evitar enfermedades y accidentes. Es el cabal respeto a los derechos fundamentales de los trabajadores, particularmente a sus derechos colectivos: la libertad y autonomía sindical; el derecho de huelga y la contratación colectiva. Y aún por encima de la autonomía sindical, misma que debemos respetar y hacer respetar, hemos siempre de privilegiar la libertad sindical a fin de que los trabajadores ejerzan sus derechos sindicales con absoluta conciencia, información y libertad.

Trabajo decente, en fin, implica igualar el terreno de juego para que todo mundo tenga las mismas oportunidades de desarrollo personal y familiar. Significa no discriminar por razón de género, preferencia sexual, discapacidad, raza o religión. Significa no descansar ni conformarnos hasta que el último desempleado encuentre la oportunidad buscada y merecida.

Trabajo decente, colegas ministros, es no conformarnos con ver que la tasa de explotación infantil se reduce. Hay que ser intolerantes frente a las peores formas de explotación infantil y no cejar hasta acabar con ella.

Trabajo decente es, también, reciprocidad del trabajador con su entorno. Es buscar y privilegiar la paz laboral. Es respetar su centro de trabajo y a sus compañeros. Es preservar el medio ambiente y cuidar, como propios, los recursos naturales.

Para el Presidente de México, Felipe Calderón, el Trabajo Decente se inserta en su compromiso con el desarrollo humano sustentable. Este concepto amplio, en el que todos cabemos, requiere no sólo de la participación de todos sino, más importante aun, de la plena conciencia social y ambiental de los factores de la producción, de las organizaciones no gubernamentales, de los medios de comunicación y, desde luego, de quienes representamos al poder público.


Desarrollo humano sustentable es aprovechar y ampliar nuestras capacidades y explotar los recursos con los que contamos, sin comprometer el futuro y viabilidad de las próximas generaciones. El cambio climático ha dejado de ser una amenaza y es ya una cruda realidad.

No se vale, pues, so pretexto de un bienestar temporal, sacrificar el porvenir de nuestros hijos. Así como no es admisible, tampoco, que pasemos por encima de los derechos fundamentales de los trabajadores ni, mucho menos, por encima de su dignidad, so pretexto de reducir los costos laborales para ser más productivos y competitivos.

El equilibrio entre los factores de la producción que nos lleve a la paz laboral debe siempre caracterizarse por la dignidad implícita en las relaciones y negociaciones laborales. Es el acuerdo equitativo y no el sometimiento vejatorio hacia la parte más débil. Es la seguridad jurídica indispensable para el inversionista y no el maltrato o el acecho oficial.

Debemos apostar con nuestras propias capacidades, esfuerzos y talentos hacia la inauguración de una nueva era para el Trabajo Decente, a partir de un círculo virtuoso que nos lleve a un crecimiento económico sostenido y sustentable, basado en la inversión productiva y creciente, respetuosa del medio ambiente y comprometida con la capacitación y el adiestramiento de la fuerza laboral, en aras de una mayor productividad que se traduzca en más riqueza y su justa y equitativa distribución.

Los tiempos de la sociedad abierta, del contexto global y de la Sociedad de la Información precisan de nuevos paradigmas, como ya lo dijo el Director General de la OIT. El sector laboral no puede ni debe quedar aislado. Es y debe seguir siendo parte de la agenda internacional y de las prioridades internas de cada uno de nuestros países en el diseño y ejecución de nuestras políticas públicas.

Por eso es que más allá del respeto a la autonomía de la voluntad, indispensable para establecer relaciones laborales, se requiere de la mano firme, solidaria y subsidiaria del Estado. No es con la sola inercia de las fuerzas del mercado como las cosas terminan por acomodarse. El sentido social y tutelar del Derecho Laboral no debe perderse nunca de vista.

Y por ello resulta tan trascendente la formalización del diálogo social tripartita en nuestros países para la adopción de políticas publicas y el manejo responsable de las instituciones de seguridad y previsión social.



En ese contexto de diálogo permanente y en un marco de cooperación e integración regional, absurdo es negar el fenómeno migratorio como consecuencia natural del creciente intercambio comercial y cultural. Tratar de imponer barreras unilaterales y artificiales a la migración es desconocer la más amplia dimensión de esa integración y del régimen de libertades propio de nuestro tiempo.

No será pues con muros fronterizos como edificaremos los puentes de entendimiento y cooperación que necesitamos para el Trabajo Decente. Asumimos por voluntad propia la determinación de formar parte de la Organización de los Estados Americanos. Quisimos ser parte de esta Conferencia Interamericana en aras de un entendimiento común y de la prosperidad regional a partir y a través del trabajo. Y sólo si entendemos la importancia que los flujos migratorios representan para la estabilidad económica, política y social de nuestros pueblos podremos darle el tratamiento humano y apreciar el alto impacto económico que representa para todos.

Señoras y señores:

Como Presidente pro tempore de la Décima cuarta Conferencia Interamericana de Ministros del Trabajo y como Secretario del Trabajo y Previsión Social de México, reitero ante ustedes la más firme voluntad del pueblo y gobierno de mi país por el desarrollo, prosperidad y la participación democrática de todos los países de América y el Caribe.

Sepan ustedes que siempre, en todo momento, encontrarán en México y en los mexicanos la plena disposición para avanzar hacia la construcción de ese piso mínimo, al que se refirió el Doctor Somavía, y que requiere el desarrollo armónico de las Naciones, que es la igualdad de oportunidades para una vida digna y mejor para todos y, en particular, para quienes trabajan o buscan empleo.

No hay puerta más grande para salir de la pobreza, que la puerta del empleo. No hay ventana más amplia para mirar al cielo, que la ventana que se abre con la seguridad de contar con un trabajo decente. Y no hay forma más digna de vida ni mejor ejemplo para nuestros hijos, que el trabajo honesto. El Trabajo Decente.

Lo que queremos para nosotros y los nuestros, ofrezcámoslo también para los demás. Deseo que esta Conferencia Interamericana contribuya a tal propósito.


Muchas gracias.