
Sr.
Fitzgerald Hainds, Ministro de Estado del Ministerio de Seguridad
Nacional de Trinidad y Tobago;
Sr.
Carl Francis. Secretario Permanente de Trabajo y Desarrollo de Pequeñas
y Medianas Empresas de Trinidad y Tobago;
Dr.
José Miguel Insulza, Secretario General de la Organización
de los Estados Americanos;
Dr.
Juan Somavía, Director General de la Organización
Internacional del Trabajo;
Colegas
ministros del Trabajo de nuestra región;
Señores
delegados;
Señores
representantes de trabajadores y empleadores;
Señoras
y señores:
Es un honor para mí y para el Gobierno de México el
poderme dirigir a tan distinguida audiencia, en mi carácter
de Presidente pro tempore de la Décima cuarta Conferencia
Interamericana de Ministros de Trabajo, de la Organización
de los Estados Americanos.
Agradezco la generosidad y hospitalidad del pueblo y gobierno de
Trinidad y Tobago, por ser anfitriones de esta nueva reunión
de nuestra Conferencia, y traigo para todos ustedes el saludo respetuoso
y fraterno del Presidente de México, Felipe Calderón.
Si
me lo permiten, más que hacer un recuento de los múltiples
seminarios, talleres y cursos realizados a lo largo de los dos últimos
años que comprende la Décimacuarta Conferencia, quisiera
aprovechar este momento para compartir algunas reflexiones sobre
los retos que impone el mundo del trabajo para el desarrollo armónico
de nuestros países.
Como
ya lo señaló el Dr. Insulza, y también el Director
General de la OIT, un diagnóstico somero, con cifras de la
Comisión Económica para América Latina y el
Caribe (la CEPAL) nos muestra que las economías de América
Latina y el Caribe atraviesan por un momento caracterizado por un
crecimiento económico promedio del 5.6%, acompañado
de superávit comercial y de notable disciplina en las finanzas
públicas. El ahorro se fortalece poco a poco y todo esto
se da en un entorno global proclive a la expansión del crédito
con bajas tasas de interés, y proclive también al
creciente intercambio comercial de todo tipo de bienes y servicios.

En
nuestro sector, de acuerdo con las cifras de la OIT, observamos
que la tasa de desempleo disminuyó de un 9.1% en 2005 a 8.6%
en 2006. El empleo formal también ganó espacio respecto
del empleo informal mientras que el salario promedio real aumentó
un 2% a nivel regional por primera vez desde 1997. Todo lo anterior
explica, en parte, la reactivación de la demanda y una mayor
inversión en nuestros mercados internos.
Hasta
aquí, tenemos una de dos opciones: o nos conformamos y caemos
en la autocomplacencia frente a estos indicadores, o hacemos un
verdadero análisis introspectivo y revisamos las asignaturas
pendientes. Yo me quedo con esta última.
En
efecto. Todos lo sabemos, la estabilidad macroeconómica y
la disciplina en las finanzas públicas constituyen apenas
una condición necesaria pero nunca suficiente para alcanzar
las tasas de crecimiento y, sobre todo, de bienestar para nuestra
gente.
De
nada servirá, pues, conformarnos con estos modestos signos
de recuperación económica si no alcanzamos a ver la
magnitud de los niveles de pobreza y marginación que prevalece
en la mayoría de nuestros países, lo cual se traduce
en una enorme y lastimosa desigualdad social.

No
podemos tampoco cerrar los ojos y fingir que nada ha pasado, con
todo y las cifras estadísticas que sirven para explicar lo
que todavía no tiene justificación, y que evidencia
la precariedad de una gran parte de los empleos que estamos generando,
la imperdonable explotación infantil, la discriminación
por género y otras razones, así como la falta de oportunidades
que sufren millones de personas en nuestra región. Y a pesar
de la recuperación del poder adquisitivo del salario, el
ingreso en la mayoría de nuestra gente es todavía
insuficiente para alcanzar los niveles de bienestar que tanto anhelan.
Según
cifras de la OIT, cinco de cada 10 empleos en los últimos
seis años se generaron en la economía informal, con
todo lo que ello implica en cuanto a ausencia de seguridad y previsión
social se refiere.
Seguimos
midiendo el desempleo a partir de encuestas que dejan ver una parte
de la realidad y nos permiten perfilar tendencias, pero que no nos
muestran la crudeza en la que viven muchos de nuestros connacionales.
En pocas palabras, hoy consideramos como empleado a alguien cuyas
condiciones laborales nosotros mismos no ostentaríamos para
asumirlo como trabajo propio.
La
tasa de desocupación sigue siendo una y media veces mayor
entre las mujeres que entre los hombres. Y el desempleo entre los
jóvenes representa el doble que el del resto de los adultos.
Peor aun: la tasa de desocupación es casi tres veces más
alta entre los más pobres que entre aquellos que no lo son.
Toda esta es información de la OIT.

Muchos
de nuestros jóvenes recién egresados del bachillerato
o de la educación superior no encuentran espacio en el mercado
laboral. O a veces lo hallan en un territorio que le es ajeno y
que dista mucho de lo que formación académica y sus
propios sueños le auguraban. Hay pues una evidente falta
de vinculación entre la educación y el aparato productivo.
Yo
celebro que, en esta ocasión, nos acompañen quienes
encabezan la Organización de los Estados Americanos (Doctor
José Miguel Insulza) y el Director General de la Organización
Internacional del Trabajo (Doctor Juan Somavía), ambos chilenos,
por cierto, y a quienes les refrendo todo el cariño y respeto
de los mexicanos por su país, por su gobierno y por su historia
–uno de cuyos principales episodios conmemoramos hoy, después
de 34 años- y con quienes nos unen lazos indestructibles,
a través de Neruda, Mistral y Arrau entre otros.
Y celebro la presencia de ambos funcionarios y de todos ustedes
porque hoy nos congrega, en esta Conferencia Interamericana, la
reflexión, la discusión y el compromiso con el Trabajo
Decente. Término, por cierto, introducido por primera vez
por el propio Doctor Somavía hace apenas unos ocho años.
Pero
¿qué es el Trabajo Decente?
Trabajo
decente significa, en primer lugar, respeto a la dignidad humana
del trabajador. Es acceso a la seguridad social y a un retiro decoroso.
Es recibir un salario remunerador. Es poder contar con capacitación
continua para el incremento de la productividad y el mejoramiento
del nivel de vida del trabajador y su familia.

Trabajo
decente significa, también, condiciones óptimas de
seguridad e higiene en los centros de trabajo para evitar enfermedades
y accidentes. Es el cabal respeto a los derechos fundamentales de
los trabajadores, particularmente a sus derechos colectivos: la
libertad y autonomía sindical; el derecho de huelga y la
contratación colectiva. Y aún por encima de la autonomía
sindical, misma que debemos respetar y hacer respetar, hemos siempre
de privilegiar la libertad sindical a fin de que los trabajadores
ejerzan sus derechos sindicales con absoluta conciencia, información
y libertad.
Trabajo decente, en fin, implica igualar el terreno de juego para
que todo mundo tenga las mismas oportunidades de desarrollo personal
y familiar. Significa no discriminar por razón de género,
preferencia sexual, discapacidad, raza o religión. Significa
no descansar ni conformarnos hasta que el último desempleado
encuentre la oportunidad buscada y merecida.
Trabajo
decente, colegas ministros, es no conformarnos con ver que la tasa
de explotación infantil se reduce. Hay que ser intolerantes
frente a las peores formas de explotación infantil y no cejar
hasta acabar con ella.
Trabajo
decente es, también, reciprocidad del trabajador con su entorno.
Es buscar y privilegiar la paz laboral. Es respetar su centro de
trabajo y a sus compañeros. Es preservar el medio ambiente
y cuidar, como propios, los recursos naturales.

Para
el Presidente de México, Felipe Calderón, el Trabajo
Decente se inserta en su compromiso con el desarrollo humano sustentable.
Este concepto amplio, en el que todos cabemos, requiere no sólo
de la participación de todos sino, más importante
aun, de la plena conciencia social y ambiental de los factores de
la producción, de las organizaciones no gubernamentales,
de los medios de comunicación y, desde luego, de quienes
representamos al poder público.
Desarrollo humano sustentable es aprovechar y ampliar nuestras capacidades
y explotar los recursos con los que contamos, sin comprometer el
futuro y viabilidad de las próximas generaciones. El cambio
climático ha dejado de ser una amenaza y es ya una cruda
realidad.
No
se vale, pues, so pretexto de un bienestar temporal, sacrificar
el porvenir de nuestros hijos. Así como no es admisible,
tampoco, que pasemos por encima de los derechos fundamentales de
los trabajadores ni, mucho menos, por encima de su dignidad, so
pretexto de reducir los costos laborales para ser más productivos
y competitivos.
El
equilibrio entre los factores de la producción que nos lleve
a la paz laboral debe siempre caracterizarse por la dignidad implícita
en las relaciones y negociaciones laborales. Es el acuerdo equitativo
y no el sometimiento vejatorio hacia la parte más débil.
Es la seguridad jurídica indispensable para el inversionista
y no el maltrato o el acecho oficial.

Debemos
apostar con nuestras propias capacidades, esfuerzos y talentos hacia
la inauguración de una nueva era para el Trabajo Decente,
a partir de un círculo virtuoso que nos lleve a un crecimiento
económico sostenido y sustentable, basado en la inversión
productiva y creciente, respetuosa del medio ambiente y comprometida
con la capacitación y el adiestramiento de la fuerza laboral,
en aras de una mayor productividad que se traduzca en más
riqueza y su justa y equitativa distribución.
Los
tiempos de la sociedad abierta, del contexto global y de la Sociedad
de la Información precisan de nuevos paradigmas, como ya
lo dijo el Director General de la OIT. El sector laboral no puede
ni debe quedar aislado. Es y debe seguir siendo parte de la agenda
internacional y de las prioridades internas de cada uno de nuestros
países en el diseño y ejecución de nuestras
políticas públicas.
Por
eso es que más allá del respeto a la autonomía
de la voluntad, indispensable para establecer relaciones laborales,
se requiere de la mano firme, solidaria y subsidiaria del Estado.
No es con la sola inercia de las fuerzas del mercado como las cosas
terminan por acomodarse. El sentido social y tutelar del Derecho
Laboral no debe perderse nunca de vista.
Y
por ello resulta tan trascendente la formalización del diálogo
social tripartita en nuestros países para la adopción
de políticas publicas y el manejo responsable de las instituciones
de seguridad y previsión social.

En ese contexto de diálogo permanente y en un marco de cooperación
e integración regional, absurdo es negar el fenómeno
migratorio como consecuencia natural del creciente intercambio comercial
y cultural. Tratar de imponer barreras unilaterales y artificiales
a la migración es desconocer la más amplia dimensión
de esa integración y del régimen de libertades propio
de nuestro tiempo.
No
será pues con muros fronterizos como edificaremos los puentes
de entendimiento y cooperación que necesitamos para el Trabajo
Decente. Asumimos por voluntad propia la determinación de
formar parte de la Organización de los Estados Americanos.
Quisimos ser parte de esta Conferencia Interamericana en aras de
un entendimiento común y de la prosperidad regional a partir
y a través del trabajo. Y sólo si entendemos la importancia
que los flujos migratorios representan para la estabilidad económica,
política y social de nuestros pueblos podremos darle el tratamiento
humano y apreciar el alto impacto económico que representa
para todos.
Señoras
y señores:
Como
Presidente pro tempore de la Décima cuarta Conferencia Interamericana
de Ministros del Trabajo y como Secretario del Trabajo y Previsión
Social de México, reitero ante ustedes la más firme
voluntad del pueblo y gobierno de mi país por el desarrollo,
prosperidad y la participación democrática de todos
los países de América y el Caribe.

Sepan
ustedes que siempre, en todo momento, encontrarán en México
y en los mexicanos la plena disposición para avanzar hacia
la construcción de ese piso mínimo, al que se refirió
el Doctor Somavía, y que requiere el desarrollo armónico
de las Naciones, que es la igualdad de oportunidades para una vida
digna y mejor para todos y, en particular, para quienes trabajan
o buscan empleo.
No
hay puerta más grande para salir de la pobreza, que la puerta
del empleo. No hay ventana más amplia para mirar al cielo,
que la ventana que se abre con la seguridad de contar con un trabajo
decente. Y no hay forma más digna de vida ni mejor ejemplo
para nuestros hijos, que el trabajo honesto. El Trabajo Decente.
Lo
que queremos para nosotros y los nuestros, ofrezcámoslo también
para los demás. Deseo que esta Conferencia Interamericana
contribuya a tal propósito.
Muchas gracias.

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